Avioletándose-decolorándose sobre naranja arena el cuerpo de un tendido niño; emana sangre irreparablemente de sus ojos. Como bullente río o humeante hilo de cigarro, desde el cuerpo parte a parte hasta ceniza grano a grano.
Mundano ese latir que se convierte en el fluir ese, irreparable llora Herida, primitiva innata como la sombra. (me preocupa: en ocasiones, sobre el asfalto helado, humea sangre desde el niño que se acelera para morirse antes de que el azar decida.)
Entonces, en su soledad se posa el cuervo para beberle - a picotazos paulatinos -
El niño le explica, sin que el cuervo le conteste más que con sonrisa de victoria,
que vive en él silencio de socorro
la duda alumbrando el cuchillo abierto en cicatrices
en el cuerpo renovador del palpitar
pero ya sólo se detiene en él silencio negro
como polvo de ceniza brotándole tras cada picotazo desbandado que el cuerpo le propaga
comprendiendo sólo-al-fin
que el mundo es un puñal para la herida.
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