(Recomendación para quien quiera leer con música de fondo. BSO del relato del compositor Philip Glass)
Escribe pensamientos en su
pequeño y envejecido cuaderno:
<<La
ciudad me grita. ¡¡Bebe, existe, resiste!! ¡¡¡Sal a caminar mis calles frías!!!
Desahógate. Algo me pide correr. Puedo ganar al tiempo.
Quiero sólo que dejen de matar el tiempo -que no existe- para dejarme
ser una hormiga, dispuesta a edificar una de las maravillas del mundo.>>
Y por las calles corría. El viento era sólo
una prueba más de su alma agitada. La melena sucia pintaba a pinceladas las
calles semivacías de Madrid. La mitad del vacío lo completaban las prostitutas
que le gritaban algo a lo lejos mientras corría, y corría. Sin rumbo. Sin
rumbo. Sin motivo. Como sus desmotivadas lágrimas dibujando un sendero
descendente por su rostro, mientras corría. Las lágrimas se empujaban contra la
piel, y el viento se empujaba contra su cuerpo entero. Le dolía el pecho, lleno
del gusano casi eterno de la angustia. Corre en busca de cosas imposibles. Quizás
tan sólo corra en busca de un juego perdido. Quizás tan sólo corra porque
necesite un beso de un amor que no empiece como muerte. Quizás sólo necesite
pensar en algo que no sea una muerte. En un beso no de humo. <<Pero
las lágrimas se secan mejor con humo que con sonrisas de saliva.>>
Frena.
Enciende un porro, sentado en un portal. El
humo espeso se mezcla con el vaho de invierno. El humo espeso vuela como si
estuviera en un puente colgante. Él lo mira así. El puente es invisible. En
todo el aire, la niebla se mezcla con el humo y Darío piensa que eso es algo
parecido a un beso.
<<El avance es una lucha contra la muerte. Soy
el huracán dentro del volcán.>>
Deja que el porro se apague y se lo guarda,
casi terminado, en el paquete de tabaco. Se pone en pie. Y corre. Corre. El
tiempo le atosiga. El tiempo le llega como un pensamiento recurrente y enfermo.
Como si sólo fuera consciente de la muerte que significa el tiempo que se
escapa. Corre como si quisiera adelantar al tiempo, y entonces el enfermo es
él, sin que lo sepa. En busca del imposible Darío corre.
Y transita las calles en el inicio de otra
madrugada que no le lleva a ninguna parte. También, incluso corriendo, escupe
humo. La niebla callejera vuelve a besar al humo durante un efímero instante,
sin que él sea consciente.
<<Madrid
en invierno. Qué gris está todo. El silencio me perturba y sólo puedo avanzar
para alejarme del dolor. En el aire hay como un rocío frío de angustias. En el
avance grito mi libertad.>>
Con las piernas ya dolidas de cansancio y
las angustias aún de lava refulgente, decide entrar a un bar lleno de jóvenes
universitarios. La música no deja escuchar las voces. Piensa que esa es la
condena de esos jóvenes (que tienen algún año más que el joven Darío). Mira a una chica. Con la seguridad de la
inconsciencia y la valentía de la locura se acerca a ella. Darío sonríe con
aire chulesco y ella responde con una seductora timidez.
-En menos de 15 minutos tú y yo estamos
fuera besándonos, ¿qué te apuestas? -Darío sonríe natural y Brenda sorprendida.
Después de una conversación olvidadiza en
la que lo importante para los dos era tan sólo el beso por llegar -mucho antes
que las preguntas sospechadas de un encuentro desconocido- la carne de sus
labios se mezcló con una fuerza nerviosa. Las piernas de Brenda se agarraban a
Darío mientras éste la alzaba, la juntaba contra su cuerpo y se apoyaban contra
la pared y mientras, Darío, inexplicablemente, temblaba de frío. Después de
algunos besos con la carga entera de una pasión casi colérica, Darío cayó,
helado, al suelo, mientras Brenda escuchaba unas palabras que, según su mirada impresionada,
asustaban. Darío hablaba de tiempo y de muerte y de infancias recobradas dentro
de la muerte. Decía “La tristeza es sabrosa… Pero duele, daña, mata…” Brenda no
entendía. Posaba su mano cálida sobre el rostro de un Darío que temblaba y reflejaba
en sus ojos un alma-niño con un dolor tan viejo como el espejo de Narciso.
<<Me considero tan auténtico como la psicología
interna de un dibujo de un niño pequeño -acosado por angustias.>>
Darío acompañó a Brenda. Se despidieron. Darío
siguió corriendo, y en el reguero de pena y angustia que dejaba su carrera, se
perdieron inevitables los besos frenéticos; entonces, el azulado cielo que
precede al primer rayo del alba miró a Darío en un banco de una plaza de Madrid,
encendiendo un puente de humo espeso que se mezclaba con la niebla. Un beso más
de olvido. Un beso más…
3 Comentarios:
Muy bueno! Sensorial, emocionante, buena narracion. Engancha a saco. Funciona!
Javi! Al habla la "banana"! Normalmente me gusta lo que escribes y no te lo digo pero hoy sí diré algo: ¡QUÉ GUAY! ¡¡Me gusta muchísimo!!
Silencio...
Una historia solitaria que grita
humanidad.
Literatura en estado puro.
Anonimus.
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