El verano atormentado escupe. La noche se ilumina; el cielo hace
fotografías con el flash puesto y el paisaje, de asfalto humedecido, parece
desierto. Las gotas caen violentas contra el suelo. Las gotas caen
violentísimas como si millones de paracaidistas hubieran decidido, de repente,
arrojarse al vacío con los bolsillos llenos de plomo y con paracaídas tan
frágiles como papel de periódico.
Mientras observaba el aluvión tras su ventana pensaba en la cantidad de
veces que le habían repetido aquella frase: “Piensas demasiado”. ‘Piensas
demasiado, piensas demasiado…’, se repite, mientras plaf, plaf, plaf, el agua
se cuela por la ventana. Piensa entonces en una imagen de un sueño que tuvo:
llovía en la ciudad y bailaban, él y ella, como dos Gene Kelly bajo la lluvia y
sin paraguas. La música, en el sueño, venía de las gotas que se chocaban contra
el suelo alocadamente.
‘Piensas demasiado’...
Quizás haya pensado demasiado y haya perdido el tiempo demasiado mirando
por la ventana sin saber cómo ni cuándo cambiaría el mundo. Quizás haya soñado
demasiado con empaparse y chocarse contra la agresiva lluvia, como si él fuera
la lluvia que se arroja y que se escupe contra el suelo, como si él fuera cada
pequeña gota…
‘Ya basta’.
La noche le ve caminar entonces por el asfalto que se desdibuja a ríos. Sus
pies se empapan. También su cara se empapa mientras mira hacia el cielo que le
arroja gotas fuertes. Se detiene. Ni coches, ni pensamiento, ni nada. Ni
siquiera vacío; es difícil sentirse vacío bajo ese manto. Un manto de
arrítmicas y suicidas gotas, y un manto de deseos que le empapan. La ropa está
pegada ya a su cuerpo; indisoluble, como el agua al asfalto. A lo lejos ve
acercarse una figura: lo que parece una persona, detrás de esa cascada.
Las dos figuras se acercan bajo la cascada. Las ropas de ambos están
pegadas a sus pieles y caminan el uno hacia el otro sin pensar en el quién; se
acercan. Se acercan y bajo la cascada se reconocen. Él a ella y ella a él. Se
reconocen como dos anónimos bajo la tormenta de verano.
Las gotas se multiplican mientras los dos anónimos, el uno delante del
otro, se observan; dos rostros que sudan el aroma del cielo, dos miradas que
posan sus flechas en otra mirada y en otra piel que es la misma piel excitada
bajo una lluvia atormentada. En sus ojos ven un pensamiento: la tormenta, cada
gota, cada rayo y cada trueno, es el idioma con el que habla la distancia; la
tormenta, cada gota, cada rayo y cada trueno, es el muro que bajo el sol del
día a día nos ponemos.
‘Basta de pensar’, se dicen…
El cielo, entonces, lanzó otra fotografía y hoy, en el museo del Tiempo, cuelga el retrato de dos cuerpos desconocidos que se besaron y se mezclaron bajo un diluvio y un verano atormentados.
(Cuadro de Piet Mondrian 'Paesaggio a sera') |
2 Comentarios:
¿Bailamos?
Me ha encantado ese "retrato" de la escena que nos planteas. Un relato profundo y hermoso. Un placer conocer tu sitio y devolverte el favor de ser seguidor de mi sitio.
Besotes.
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