jueves, 24 de noviembre de 2011

En la ciudad del escorpión

    Un paso, dos pasos. Jadeo. Recuperación. Ruido. Bullicio. Amaneceres y pérdidas. Sillas y sentimientos no asentados. Nervio que recorre su corazón, que palpita en la arena fría donde el café caliente humea. Oye. Observa. Se pierde en pensamientos que se van a algún lugar de ese vacío al que algunos llaman Dios. Confunde la presión de las ojeras con algún mal sueño que no llegó a perpetrarse durante la noche, en la que sus venas atascadas sentían cada pequeño pálpito. Pero en la oscuridad una compañera a veces sale de entre las nubes grises del otoño para acompañarle. Y es entonces cuando comienza a soltar su llanto, cuando inhala y exhala pasiones de dolor o calmas lacrimales. Y entonces duerme: siempre tras haber dialogado con la Tierra.
    Y se levanta. Y comienza su día teniendo que volver al terreno desierto de los deberes y de las cosas que hay que hacer para ser un engranaje adecuado en el presente. Y camina. Un paso, dos pasos, jadeo, cigarro. Recuperación y cigarro. El humo es como esa amiga que llegó de noche pero que ahora, en la ciudad (donde los pasos y las miradas son como ese vacío al que algunos llaman Dios), se esfuma por el aire con efímeras y fantasmales esculturas que llegan a otra persona con el olor de ese vacío. Y dialoga sin decir demasiado, sin escuchar a penas nada. A penas nada. En ese noviembre que es un desierto de hojas secas y de arenas donde caminan escorpiones. Escorpiones negros como el olvido, más injusto que la muerte.
   Y sentado en ese lugar en el que la arena fría por donde andan escorpiones y el café humea cálido como el crujido de la leña en el fuego, escucha. Más bien oye. Oye a sus compañeros. En una cafetería atestada de los cerebros que son, por lo visto, el futuro de alguna cosa que se suele llamar presente. Pero sólo oye. Asiente. Disiente sin discusión. Piensa en las hojas secas del otoño y en la arena fría y en la luna, ardiente sol de las sombras en las que caminó por la noche. Aullando penas al aire. Adquiriendo una paz no buscada pero necesitada. Para dormir y escapar. Para escapar de esta tierra de deberes y obligaciones y engranajes. Se detiene y sigue oyendo; mira a su alrededor: un paisaje de gente que camina, habla, sonríe, ríe y toca la superficie de la profundidad de un mundo que se muere en ese falso sol, que no es el de las sombras.
    Ahí sentado. Sin un cielo al que mirar. Sin un sueño ni una paz que conseguir. Un lobo que no aúlla. Un lobo sin un búho escuchante y observador. Un lobo muriendo por el ataque del veneno lento del escorpión de la rutina…



1 Comentarios:

Mama dijo...

Conozco bien a ese lobo, aguijoneado por ese escorpión de la rutina...

Luces

 
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