domingo, 15 de enero de 2012

Las Historias de Julio (Capítulo II)



    Yo no esperaba nada de aquella noche. Pero mira, a veces un sueño como ese te llega al alma. Y me vi morirme en aquella caída (lo sentí). En aquel adiós. En aquella oscuridad. Pero desperté, y tras una escritura mermada por una resaca casi siniestra y tras la lectura posterior y la reflexión lenta, desperté. Y sigo igual. ¿O estoy distinto, por el hecho de estar despierto, abierto al mundo? A mí nunca me han importado estas cosas. Nunca me había importado ver más allá de lo que se mira, ni tampoco escribir. Algo había leído. Sí. Eso sí. Pero después de aquel amanecer tuve que coger un bolígrafo (lo fui a comprar, no tenía) y me tuve que poner a escribir aquellas imágenes. Aquella pequeña historia.
    Mi cabeza suele ser muy desordenada. No recuerda escenas enteras de los acontecimientos cotidianos, ni de conversaciones… Pero aquello…sí.
    Y aún recuerdo también las palabras de la luna (o lo que quisiera que significara esa luna en la oscuridad de mis párpados cerrados): “no eres más que olvido, no eres más que nada.” Esas palabras me han hecho pensar. Y me han hecho cambiar mi forma de hacer las cosas.
    Desde que tuve aquel sueño he empezado a leer mucho. No sabía por qué autores empezar. Gracias a esta “pérdida” he tenido que indagar en mis recuerdos y acordarme de las palabras de alguna gente: de un antiguo amigo del instituto hablándome de escritores y escritoras; de las estanterías en las que mi madre tenía tantos libros; incluso de alguna lista con libros interesantes que nos daba a los alumnos algún buen profesor (interesado y apasionado por transmitir el saber a esos alumnos); y también he recordado aquellos pocos años en los que yo mismo escribía. Creo que todo aquello que escribí lo quemé. Pero he podido intuir –mientras releía el sueño- una forma de escribir más o menos innata en mí.
    En fin. Que no te aburro. Te voy a contar sólo las cosas que creo rescatables de mi vida de hoy y poco a poco (según lo recuerde) de mi vida de ayer; incluso con el tiempo es posible que me anime a escribir fábulas, teatro… Quién sabe.
    Hoy he salido a por pan.
    - Señor Julio. ¿Cómo le va? Hacía mucho que no le veía por aquí. Le veo con mejor aspecto. Parece usted más joven.
    - Elena… No me llames señor y tampoco me hables de usted, por favor… Sí, hacía tiempo que no venía. No sabía que se me ve mejor. Gracias, pero no creo que sea nada del otro mundo. Nunca lo he sido. -Mientras Julio hablaba Elena cogía dos chapatas pensando “Julio siempre pide esto”.
    - Aquí tienes Julio-.
    Me daba vergüenza estar ahí, con mis manos temblorosas y un sudor frío (llevaba muy poco tiempo sin beber alcohol). Después de recibir de Elena un par de miradas a las manos (tras lo cual me quedé callado durante dos segundos que parecieron una eternidad) me fui de allí con dos chapatas. Me fui de allí con la sensación de haber descubierto una nueva mirada. La de esa chica a la que había visto tantas veces y a la que nunca había acertado a tan siquiera atisbar; con esos ojos almendrados que verdeaban la blanca harina; con esas manos que suponía tan suaves tras lo áspero del trabajo; pero sólo podía atender a sus ojos, aunque no tuviera la valentía de mirarlos fijamente... Al llegar a casa para comer algo escribí los primeros versos después muchísimos años. Mientras los leía pensaba en mí cuando era joven: Recordaba que había existido.
    “Ojos de lluvia / gris canción de alegría.
Voz de sangre. Gloria contra el frío eterno.
Sol de la luna y estrella de lo sombrío.
Esa mujer es la frágil harina del tiempo que vivimos.
El cielo entero dibujado en mi nada con una antorcha /de marrón y verdes”.

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