(Banda sonora del escrito, NECESARIA para leerlo; el gran Wynton Marsalis, tocando Sometimes I feel like a motherless child).
Acordes de lágrimas caminan… Lentos.
Alargados. Soñolientos. Pesados y levemente libres, levemente tristes, viviendo
con la inmortal levedad del existir. Hasta que vuela sobre un niño una trompeta
para mostrar su dolor. Antes de que lleguen las absurdas tonterías del adulto viene
una trompeta dorada y negra para mostrar el dolor. Con sonidos simples pero
cargados de magia. Y las flautas y los metales modulan como modula el alma del
niño sin madre, que hoy es un adulto sin magia, sin aquel juego. Y yo,
desprovisto también me empapo de esta melodía. Y se me cae una lágrima. Sin ti
y sin nadie. Sin ti y sin sueño y sin otro y sin otra y sin piel suave, se me
cae una lágrima que empapa mi camiseta, sucia del mundo de afuera. Y con la
escama de mi piel frotándose con estas melodías que me curan el alma, a pesar
de tener el pecho doliente del tabaco y del humo que se desprende de la campana
de la trompeta que suena. Con su corretear, corretear lento y simple por cuatro
o cinco notas… Pero que me llenan y que hacen estremecerse al niño que llevo
siempre al lado. El niño se siente desolado. Como este vibratto. Como este piano.
Como ese acorde que sostiene pero que parece no estar. Así, con un sostenuto dejando que llegue el cambio. Poco a poco… Una
pausa. Un grito sordo sin sordina ni tiempo… Una pausa. Una pausa… Secando las
lágrimas como si fueran sueños. Esperar. Esperar algo de algo…
Dejando que los acordes modulen y traigan
algo más, algo más de emoción al escorpión del día a día. Poco a poco. Poco a
poco. Que lleguen las emociones y las desilusiones y las tristes alegrías y las
vacuas felicidades. Pero que llegue algo que haga girar al corazón sin viento. Con
más sexy de un sonido que sube y sube como un niño que vuela hacia la montaña rusa
de esta nada que nos acoge y nos machaca, pero que suena y vibra y se deja
sentir siempre. Sonidos agudos y graves problemas. Así. Saboreando la sal de
los ojos de un niño. Un niño sin nada. Un niño en tanto vacío adulto. Un niño
en tanta inútil posesión, en tanta pena… Cuando gritan y gritan los sueños y se
oye y se oye el intrépido gritar de la nada, que es un precipicio donde estamos
todos. Donde estamos todos así. Con un niño cogiéndonos de la mano mientras él
grita y nosotros no sabemos nada de ese grito porque sólo escuchamos el
bullicio de la rutina, el bullicio de nuestras posesiones, el bullicio del vacío
que nos ata a todo cuanto no conserva magia. Y entonces, cuando grita esta
trompeta y cuando los acordes gritan con ella, recuerdo de una vez por todas
que tengo un niño o una niña al lado acompañándome y entendiendo la magia que
ya no tengo, pero que ahora necesita jugar. Necesita tener la Madre que es el
juego que aquí llevo. En el alma y en mi lágrima. Entonces me siento a jugar o
a llorar con ese niño. Porque soy yo. Y porque está desolado. Y con ganas de
gritar. Y escucho a la trompeta silenciándose. Y me escucho, y me escucho por
fin, recuperando algo de ese algo que se me perdió por el camino…